lunes, 24 de septiembre de 2012

Ese número es la clave

22.
Era solo un aviso de que llegaba el invierno. El puto invierno. La lluvia se empieza ha hacer notar. Indiscutiblemente este oscuro permanente hace que trueque tu estado de ánimo. No lo pienso, me dejo llevar aún a sabiendas de que ese disfraz no era más que un despite, una vieja táctica que yo, conocedora de lo oscuro, no podía pasar por alto.
Era evidente que el color que decías era totalmente opuesto al que podías transmitirme, pero decidí  finjir, y creerte.
Si algo es evidente, es que para estar vivo hay que sentir y la clave es sentir intensamente como si nunca antes nadie te la hubiera jugado. Maldito azar.
Hace que se esfume todo de una manera rápida, tan rápida como se esfuma el humo del cigarrillo que suelto por mi boca. Bendito vicio.
22. 22. 22. 22.
No se exactamente cómo ni por qué, si te digo la verdad no le interesa a nadie, solo tengo claro que fuiste tú el que hizo que me tatuara una sonrisa permanente, pero también me la borraste de golpe, a hachazos. Y es complicado borrar un tatuaje, lo sé, siempre te quedará marca o cicatriz. Y así será. Viviré con ello.
Mis manos están atadas,  una vez más esperando a que pasé el invierno, el maldito invierno que  ha hecho que se congele mi motor. Lo más preciado de mi ser.
Con tu ayuda.
Es la última vez que te pienso... pero te incrustaste en mi ser y por ello  te regalo un recuerdo. Mi último beso, mi última sonrisa. Aprecialos, retenlos, no los olvides, porque te repito, eran los últimos.