martes, 19 de marzo de 2013

Diario de una sumisa

"...intentaba convencerme de que no podía ser tan estupendo. ¿Instinto de supervivencia? Probablemente. Pero también realismo. No estaba preparada para que me rompieran el corazón."

viernes, 15 de marzo de 2013

Y entonces llegó...



Las calles eran las misma, estaban los mismos coches aparcados consecutivamente como si de un acuerdo entre dueños se tratase. El rocío de los cristales hacia que resultase complicado ver su interior por lo que era más rico en posibilidades para imaginar cuantos cuerpos podrían estar dándose amor en esos vehículos.
Las farolas, la señora que cada mañana sacaba a pasear a su perro. Un perro grande, juguetón, desesperado, que tiraba de ella como si fuera al revés, como si él era el que la paseaba a ella.
Yo, mi pelo, mis ojeras mañaneras, mi mala hostia seguían siendo las habituales. Pero había algo que era diferente.
De la rapidez con la que vivía no me había dado cuenta de todo lo anterior, pero hoy, quiero pensar que era lo cotidiano eso que mis ojos captaban.
Esta vez iba despacio, observando, tranquila, calculadora, hasta que me tope con esa sonrisa que me paro la vida, o por lo menos, el rumbo al que me dirigía, pero ¿por qué me resultaba familiar.?
Quizá también me la cruzaba a diario pero no me había percatado de ella. Mis ojos decidieron por si solos recorrer su cara, subir lentamente, hasta que entonces los vi, tenia que haberlo evitado pero no pude, no lo hice, y ahí estaban, esos ojos verdes, grandes, llenos de cosas que contarme.
Me miraba como si hace mucho tiempo hubiéramos firmado un contrato de felicidad mutua. Sus ojos verdes, justo esos ojos fueron los que mi subconsciente seleccionó para hacerme sentir lo que era vivir despacio, para disfrutar cada segundo, para perderme en ellos.
Son las ocho de la mañana, el sol ya ha salido, reluce más de lo habitual, ahora solo quedan horas para que vuelva a amanecer, seguiré el mismo procedimiento para asesorarme que la próxima vez sea tu mano la que se tienda ante la mía, pero ten cuidado, porque justo en ese momento corres el riesgo de que no quiera soltarla más.